jueves, 24 de diciembre de 2009

Un faro, setenta y tres peldaños y una sombra.

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Setenta y tres peldaños, una mesita, una cocina de queroseno, un radio transmisor a válvulas, un camastro… y noventa y tres días, siete horas y… ¿Cuánto? Siete minutos, eso es. Pero ya queda menos. Resulta curioso cómo el cuerpo humano se acostumbra a lo peor y sin embargo no soporta las más insignificantes incomodidades. Llevo tres días a base de café y galletas, y podría estar otros diez días más, pero no soporto estar acostado y notar el hueco curvo de la pared contra el camastro. Deberían haber diseñado una cama semicircular que se adaptara a este tubo de hormigón. El arco entre el muro y mi colchón se me antoja la boca de la sombra, sí, la dichosa sombra que me visita cada noche, que me mira, que me observa… ¿Podría una sombra atravesar estos muros…? Hay quien dice que las pesadillas salen de las paredes junto a las camas. Tengo el presentimiento de que esta noche no vendrá. Debo pensarlo así, de otra forma estaría dejando de controlar mis pensamientos.

He intentado desviar el haz de luz. Evitar que éste pase de nuevo por el dichoso muro del caserón. Un edificio tan grande y en ruinas, a merced de las tempestades, sufriendo los embates del viento blanquecino, salado y destructor de la costa, y aun así ese muro sigue ahí aguantando para mi desgracia, a doscientos metros, como la pantalla de un cine fantasmagórico que de día se ríe de mi soledad y de noche culmina su función con el foco de mi desdicha.

Doscientos metros de mar me separan de la costa, tan sólo doscientos metros y me resultan un océano infranqueable.
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Un faro quieto
nada sería
guía, mientras no deje de girar
no es la luz lo que importa en verdad
son los 12 segundos de oscuridad.
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He revisado mil veces la lente giratoria, he cambiado la lámpara de vapor de mercurio de 3000 Vatios, he cavilado una y otra vez, y el sinsentido de la visión nocturna de la sombra se enfrenta en mi mente a mi raciocinio, a mi pensamiento científico. Doce segundos de oscuridad. La dichosa canción se ha pegado a mis labios como si la hubiera oído en la radio una mañana de resaca. Doce segundos de oscuridad. Antes era el lapso de tiempo entre haz de luz y haz de luz. El tiempo que un marino en alta mar debería observar para saber que se trata de este faro y no de otro, la seña de identidad de éste mi hogar y mi cárcel. Para mí esos doce segundos ya no son eso. Son doce eternidades de oscuridad entre sombra y sombra, entre aparición y aparición. Cada vez que el haz luminoso abandona al mar y se pasea orgulloso por las piedras húmedas y bordadas de encajes salados de la costa, se va acercando a la pared del caserón, y miro de reojo el haz de luz mientras mi nariz apunta al tormentoso muro aún oscuro, y cuando pasa por la pared de cal impoluta, en un instante, en un aterrador instante, aparece de nuevo allí, impasible, sólo un instante, como un fogonazo de pánico. Como un flash de un fotógrafo que se adentrara en las profundidades del averno y sorprendiera al mismísimo Lucifer. La sombra de un monstruo alado y horrible al que a pesar de lo efímero de su aparición, he conseguido discernir sus patas plagadas de mortíferos pinchos y púas, o su piel escamosa, o incluso sus fauces inmensas con las que triturará a sus víctimas. Cada doce segundos de oscuridad. El muro debe medir cinco metros de altura, calculo que la sombra supera los dos.
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12 segundos de oscuridad
para que se vea desde alta mar
de poco le sirve al navegante
que no sepa esperar.
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Doce segundos de oscuridad, y esta noche ha vuelto. Ahí está, míralo. Creo que, definitivamente, viene a por mí. Es hora de rendirse. Doce segundos de oscuridad…
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-Vaya diíta, ¿no? A ver quien limpia esto con el frío que hace aquí arriba. ¿Has visto? Las barandillas están congeladas. Vamos a tener que rascarlas para quitar el hielo acumulado.
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- Desde luego, esto no está pagado… Oye ¿Qué crees tú que le puede haber pasado a ese pobre diablo? No creo que hiciera tanto frío ahí dentro como para quedarse así, como un pajarito en el camastro.
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- Cualquiera sabe, estaría enfermo el hombre. ¡Mira esto que curioso! ¿Lo ves? Es un saltamontes, y está congelado sobre la barandilla, que curioso… mira las patas, tiene la piel escamosa… se ha quedado pegado, con sus pinchos y todo… qué cosas…

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Los versos intercalados son de la canción "Doce segundos de oscuridad" de Jorge Drexler:

http://www.youtube.com/watch?v=5iVX_mJ5FEY&feature=related

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¡¡Felices Fiestas y feliz 2010 a todas y todos!!


4 comentarios:

Pedro Estudillo dijo...

Pobre hombre, y todo por un arriesgado saltamontes que se aventuró a hacerle compañía. Y es que la soledad es mu mala, se las pinta solita para hacer reaparecer fantasmas de todo tipo.
Magnífico relato Antonio.
Felices fiestas para ti también.

María Dolores dijo...

Pues a mí me ha encantado, le hubiera quitado algún peldaño porque pensar todo lo que el hombe tenía que subir. No es verdad, me gusta todo y es un alivio volverte a leer, con la reposciones pensé que habías entrado en crisis de palabras, aunque ya sé que eso es más que imposible.

Otra cosita:

Como no sé ponerlo en otro sitio, aprovecho este comentario para felicitar estas fiestas a todo el colectivo de letras libres y desearos un año cargados de palabras e ideas para plasmar vuestros escritos y de todas esas cositas que se requieren pasa ser al menos moderadamente felices.

Espero que de esta manera pueda llegar a la mayoría.

A ti Antonio, felicidades por tu relato que como siempre es genial.

Loli.

Pilar dijo...

Jo! que angustia con la oscuridad, no quisiera verme en esas, precios relato para leerlo en la mañana de navidad cuando todos aun duermen, me ha gustado mucho, felices fiestas para todo el colectivo.

Anónimo dijo...

diez segundos de oscuridad...que son todo lo que se tiene para agarrarse a la vida...magnífico. Fita