miércoles, 21 de octubre de 2009

VIAJE A LA MONTAÑA PALENTINA ( I ) . Naturaleza

El río Arlanzón nos acompaña durante un trecho en la partida, con quietud indolente por este otoño cicatero en lluvias. Al cruzarlo, da el relevo de nuestra despedida, a las majestuosas agujas afiligranadas de la catedral. Mientras la ciudad del Cid va languideciendo a la vista.

Los páramos burgaleses, se abren a nuestro paso, formando un mosaico de colores ocres, que desconoce el verdeo y donde escasea el gorjeo de los pájaros. Esta tierra humilde, que no menesterosa, me evoca los versos del poema de Antonio Machado “Por tierras de España”.

<< Veréis llanuras y páramos de ascetas
- no fue por estos campos el bíblico jardín - :
son tierras para el águila, un trozo del planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín. >>


Siguiendo nuestra ruta, un aroma dulce nos va envolviendo, para avisarnos, por si no lo sabíamos, que estamos en Aguilar de Campoo. Lugar en el que el descorazonado chalaneo de las multinacionales, alicortó hace años su bien hacer galletero, pero donde a pesar de todo, muchas familias siguen ganándose el sustento, fabricando este preciado alimento.

Al salir de la villa, considerada puerta de la Montaña Palentina, con dirección a Cervera de Pisuerga, comenzamos a contemplar un paisaje de transición entre la Tierra de Campo y Cantabria; la topografía comienza a aburrirse de su planicie y al tiempo, aparecen densas manchas arbóreas.

El recién nacido río Pisuerga nos acompaña en el camino, hasta que a nuestro pesar le dejamos solo en su cantarina correría, para dirigirnos hacia San Martín de Perapertú donde hemos decidido hacer parada y fonda.

La pequeñísima aldea, perdida del mundo, donde ni las ondas telefónicas la logran encontrar, donde habitan algo más de una docena de vecinos, dos parejas de jóvenes licenciados, ejercen en esta pedanía, el viejo quehacer de posaderos con suficiencia y simpatía, lejos de los lugares que le vieron nacer y estudiar. ¡Cuanta sana envidia, deben causar a los urbanitas que ahogados por la loca carrera hacia ninguna parte, recalan por unos días en su casa, para sentirse libres!

La naturaleza se desparrama de forma voluptuosa por estos parajes y muchas son las veredas que nos ayudan a descubrir sus recónditos tesoros.

Una mañana, después de pasar por tierras de labor con surcos recién abiertos, ávidos de simientes, se nos aparece un profundo tajo verde, bordeado por altas cumbres de piedras blanquecinas que parecen disfrazadas de invierno. El camino comienza a estrecharse y su piso de rocas calizas, es escoltado por una densa vegetación de encinas, robles, brezos y algún que otro valioso acebo. Al final de esta garganta, la espesura de un hayedo trepa abrigando la ladera de la montaña; el sendero con terquedad, tira hacia arriba, guiándonos hasta el borde más alto de la fronda. Un esfuerzo más en la subida, y aparece ante nuestra vista la singularidad que venimos buscando: la Tejeda de Tosande. Lugar donde el árbol sagrado de los celtas, el tejo, ajeno a su costumbre de vivir en solitario, se hace gregario formando un bosquete de impresionantes ejemplares, alguno de ellos con mas de mil años de existencia. El otoño para aumentar aun más la belleza de estos fósiles vivientes, ha comenzado a salpicarlos con las perlas rojas de sus frutos. Sentarnos en el cercano mirador y contemplar los valles que nos rodean, fue el digno colofón a una inolvidable jornada de senderismo.

La luna colmada de luz, cómplice de cortejadores, se oculta por momentos tras las nubes, con la intención de dificultar el acceso de fisgones al lugar del cortejo.

Junto a otros entusiastas andariegos, pertrechados con los instrumentos que nos permitan acercar el espectáculo, caminamos montaña arriba, envueltos por los recios bramidos lujuriosos de los ciervos, en una bonancible madrugada de berrea.
Apostados en el borde de la ladera, nos sorprende el alborear, descubriéndonos la quebrada línea del horizonte, con matices anaranjados que de manera súbita se convierten en rojo intenso.
Nuestras miradas, guiadas por el amoroso canto de los cérvidos, comienzan a otear el tupido brezal: lugar más factible para ver a los animales, según nuestros expertos hospederos.
Los más avezados de los ojeadores, comienzan a vislumbrar el cortejo nupcial. Cuando el sol baña la foresta, los novicios, entre los cuales me encuentro, somos partícipes también del maravilloso acontecimiento.
Como cada noche, el sonido de la berrea se cuela tronante por las ventanas de la casa y hoy sí, me puedo imaginar las andanzas de sus atareados protagonistas.
En estos mágicos momentos, recuerdo que antes de la partida, nuestra amiga María José Soriano (Fita) nos deleitó, con el poema de su última hornada, que titulaba: “Lujuria Otoñal”, dedicado a este ritual apareamiento. A la vuelta, su obligada relectura, me confirma su maestría de escribidora.

<< Lujuria bravía, ostentosa
de orgasmos asilvestrados
que reclama
cubrir los úteros
virginales de hembras impacientes.
Espasmos fértil,
que brama libido
de sexo lubricado en estiaje
sin tálamo nupcial
a empujes de cornamentas
berreando,
a destiempo primaveral>>

El disfrute de estas dos vistas, entre otras muchas, del inmenso caleidoscopio natural que es la Montaña Palentina, se lo debo al amable señor que en el parque nacional de Pagoeta (Guipúzcoa), se deshizo en elogios hacía este privilegiado lugar, animándome a descubrirlo.
Juan

7 comentarios:

Pedro Estudillo dijo...

Ahora sí que me has puesto los dientes largos. Tu descripción no podía ser más acertada y detallista, me has dejado deslumbrado y boquiabierto.
Ya tengo destino para el próximo viaje.

Un saludo.

genialsiempre dijo...

Que envidia me produce leer tu maravilloso texto. Conozco parte de la comarca y, desde luego, es para perderse en ella.

Josér María

Carmen dijo...

Chiquillo, este texto bien podrían utilizarlo para fomentar el turismo en la zona, porque nada más leerte me han entrado ganas de hacer las maletas...porque está la noche así así que si no...

Disfrutad amigos. Besos.

María Dolores dijo...

Yo me apunto a ese viaje, precisamente estoy asistiendo al Congreso sobre literatura y naturaleza que se está desarrollando en Jerez y tu texto supera con creces a muchos de los que se han leído allí.

Carmen, a mí no me olvides aunque esté la noche mala, aviso a mi piloto privado y que nos lleve a todos.

A ti Juan creo que nunca te he hecho ningún comentario y probablemente no te haya leído, pero ha sido un bonito despertar. Gracias,

Loli.

Anónimo dijo...

Lujuria otoñal es el relato de tu ruta por la montaña, entre tejos, águilas y la sombra de Caím...que algunas veces hasta comprendo pues los buenos, buenos, buenos que van de buenos...!Qué fatiguitas de gente, no mi arma! algún pecadillo a tiempo como lo que tu has disfrutado dejándote llevar de la lujuria otoñal...
Me encantan los relatos de viaje y este es lujurioso...Fita

Anónimo dijo...

Lujuria otoñal es el relato de tu ruta por la montaña, entre tejos, águilas y la sombra de Caím...que algunas veces hasta comprendo pues los buenos, buenos, buenos que van de buenos...!Qué fatiguitas de gente, no mi arma! algún pecadillo a tiempo como lo que tu has disfrutado dejándote llevar de la lujuria otoñal...
Me encantan los relatos de viaje y este es lujurioso...Fita

J.R.Infante dijo...

Magnífica descripción de convivencia con la Naturaleza. Todo el relato está lleno de poesía y no hace falta hacer grandes esfuerzos para sentirse en la piel de los afortunados madrugadores de escenas otoñales.
Un saludo